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Veure La Barcelona de Méndez en un mapa més gran
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Presentació


Autor amb llibre obert
  «Molts crítics literaris m'atribueixen que sóc nostàlgic de la Barcelona d'abans.
És cert, encara que no dic que la ciutat hagi empitjorat.
Trobo a faltar l'esperit de lluita popular, de patiment d'aquella Barcelona».

Francisco González Ledesma i Javier Pérez Andújar.
Converses transcrites per Xavier Febrés. Barcelona: La Magrana, 2008 (Diàlegs a Barcelona)

Les biblioteques la Bòbila, de l'Hospitalet, i l'Albert Pérez Baró, del barri de Montbau de Barcelona, es complauen en presentar un nou recurs entorn la sèrie policíaca de l'inspector Ricardo Méndez creat per Francisco González Ledesma. Un recorregut pels carrers de Barcelona de bracet del vell policia i per compartir la nostàlgia d'aquella Barcelona popular que se'ns escapa de les mans a cop de disseny i parc temàtic turístic. 

Biblioteques de Montbau i La Bòbila.

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Ricardo Méndez




Perspectiva del carrer de la Boqueria i múltiples cartells
Xavier Miserachs. "Barcelona 1962"


Personatge creat el 1983 per Francisco González Ledesma. Vell inspector de la policia de Barcelona que no acaba de jubilar-se perquè, com ell mateix confessa, es moriria de fàstic en una pensió. És un perdedor, desenganyat de la vida, fill dels baixos fons barcelonins, però gran coneixedor de la cara oculta dels barris alts. No l'han ascendit mai, cosa que no el preocupa gens ni mica, ja que cada vegada menys creu en la llei oficial i opta més per interpretar la justícia a la seva manera. Amb el temps s'ha anat tornant més tou i cínic, fins al punt que els seus superiors es plantegen separar-lo del servei.

Méndez no creu ni en l'Estat ni en la justícia; el seu credo és la moral individual i la llei del carrer. Sempre porta les butxaques plenes de llibres. De tornada de tot, profundament escèptic pel que fa a la natura humana, mira el món que l'envolta amb una mirada molt crítica.


«El policía vivía en el que para Méndez era el mejor sitio de la ciudad, enfrente de las tres chimeneas de la fábrica de electricidad, enfrente del Apolo y sus coristas, enfrente de la bodega y sus putones desorejados, enfrente de las atracciones y sus aprendices de mariconcete. Era uno de los rincones más sanos, más cultos, más espirituales de la Barcelona eterna, aunque lo estaban destruyendo para hacer un hotel. Lo único malo, en opinión de Méndez, era que la casa también estaba enfrente de la montaña de Montjuïc, y desde allí llegaban a veces algunas rachas de aire puro que podían acabar en diez minutos con un padre de familia».

Historia de Dios en una esquina
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La sèrie Méndez, de Francisco González Ledesma

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La Barcelona de Méndez

"Jo faig el carrer"
Joan Colom."Fotografies 1957-2010"


«Barcelona está creciendo aunque en teoría no puede crecer más, encajonada como está entre dos ríos, y el mar, la montaña y las tetas de sus putas más históricas.
Dígamelo a mi, don Álex, dígamelo a mi, que ya no la conozco. Barcelona debía estar fantástica en los tiempos de las murallas, cuando todas las casas estaban dentro de un círculo, todos los vigilantes se conocían, todos los tenderos vendían al mismo precio y todos los obreros se tiraban el sábado a la misma puta».  

El pecado o algo parecido 





Mi novia se llamaba Ramón by Los Burros on Grooveshark



«La Barcelona del hambre y encima aplastada por el sol del verano. Los balcones de los barrios, las persianas desvencijadas, los niños berreantes y las mujeres acodadas en las barandillas para ver pasar la cochina tarde. Y algo peor, la cochina vida».

El pecado o algo parecido 



"Jo faig el carrer", 2
Joan Colom."Fotografies 1957-2010"
 








«Aprendí que Barcelona no es Barcelona, sino un extrarradio inmenso donde vive gente que, al parecer, no vive en ninguna parte. Aprendí también que una palabra amable quizá no sirve de nada, pero al menos te hace pensar a veces, y al echar cuentas no pude recordar que una palabra amable me la hubiera dicho nadie. Bueno, sólo me la dijo una mujer».

Una novela de barrio 


Rumba de Barcelona by Gato Perez on Grooveshark






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Els barris de Méndez

Nena al Poble Sec
Català-Roca. "Espanya anys 50"


«Las viejas fotografías del Pueblo Seco, esas fotografías color sepia o color gris-febrero suelen estar tomadas desde el puerto, mostrando a la derecha las Atarazanas y a la izquierda las tres chimeneas que han dado carácter, al menos gráfico, a un barrio y a una época. El Paralelo está en el centro, como el gran río que se lo acaba llevando todo: casas, hombres, cafés y recuerdos. Y a la derecha también el ditrito quinto, que nadie ha podido llevarse aún, con sus calles llenas de vida y sus ventanas cargadas de muerte. Algunas fotografías piadosas muestran además la torre de la iglesia de Santa Madrona, que antes terminó en una punta tachonada de luceros y desde el verano de 1936 no tiene más que un muñón de piedra. También hay en los archivos algunas fotos ecológicas en las que se aprecia la falda de Montjuïc, donde nada cuesta imaginarse a un niño, un perro, una fuente y hasta una mujer hermosa. De hecho, todas esas cosas existieron en el Montjuïc de otro tiempo, convertido hoy en paseo para coches, o Gran Parque de los Cilindros».

Las calles de nuestros padres 


Vista nocturna de les tres xemeneies.

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El Molino

Extreta del llibre: Permanyer, Lluís.
 El Molino: un segle d'història. Angle, 2009
«Las calles de Salvá y del Rosal, en el Pueblo Seco barcelonés, están separadas, cuando nacen en la línea del Paralelo, por un par de edificios y un solo centro cívico que además es uno de los vestigios del pasado más importantes de Europa: El Molino. Mezcla de cabaret, café concert, nido de poetas en rigurosa descomposición, lonja de contratación de granos al mayor, aceros de Avilés, tabaco de comiso, coches usados y señoritas en situación de prestar servicio.
Es también refugio de erotómanos que buscan entre las coristas a la mujer soñada; de matrimonios primerizos que buscan inspiración para la alegría del primer coito de la primera noche; de matrimonios en fase terminal que buscan excitación para la amargura del último coito (o al menos de su adecuado ensayo) de la que sospechan va a ser su noche postrera. Es casa abierta para estudiantes que llevan años preparando un examen delicadísimo; de campesinos de cercanías que están perdiendo las virtudes de la raza, porque ninguno de ellos imagina ya un dúplex con corista y yegua; de jubilados aún en pie de guerra; de oficinistas maduros que juran que sólo van allí por la música; de realquilados nostálgicos que hicieron el amor una tarde, una vez».

Fotografia de la façana
Extreta del llibre: Els barris de Barcelona.
Vol. II. Enciclopèdia Catalana, Ajuntament de Barcelona, 1997-2000. 
«El Molino, con sus aspas eternamente inmóviles y su escenario que seguramente es el más pequeño del mundo, pertenecía también al universo de Méndez, que muchos años antes había prestado eficacísimos servicios de vigilancia en él, controlando a los que querían estimular manualmente al vecino y a los que no pagaban el “champán de la casa”, o sea, la gaseosa. Ahora Méndez ya no pedía aquel importantísimo servicio porque el importantísimo servicio carecía de estímulos: el público había cambiado, se manipulaba en solitario (o sea, que no tenía el menor interés en ayudar al prójimo), bebía auténtico Codorniu cava y pagaba al menor requerimiento de los camareros, es decir, era un  público carente de emociones, un público que no valía ya tanto la pena».

La dama de Cachemira  


Extreta del llibre: Permanyer, Lluís.
El Molino: un segle d'història.
Angle, 2009



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Nou de la Rambla (antiga Conde del Asalto i Calle Nueva)


Façana del local
«No era fácil encontrar un taxi en la calle Nueva a aquellas horas, cuando ya habían cerrado los bares, los cabarets y hasta las dos o tres salas porno donde el mismo tío bostezaba al tener que cepillarse cada noche a la misma tía y delante del mismo público, compuesto por turistas extremeños, recién casados de Calatayud, viajantes de Valencia y sociólogos de Sabadell. La calle nueva era un desierto, y en los recién estrenados edificios municipales, que habían sustituido a las viejas cuevas del orinal y la palangana, no se distinguía la luz. Una puta derrotada dormitaba en un portal, esperando no ya algún cliente, sino algún sueño póstumo».

Historia de Dios en una esquina 


Los Negativos. "Bagdad"


A la Transició
«El jefe se pone en pie y cierra la puerta. Se ahoga así el estrépito de un coche cuyos altavoces vomitan propaganda electoral del PSOE. Antes ha pasado otro que vomitaba propaganda electoral de AP, aunque en la calle Nueva AP tiene poco que hacer, entre gentes que no esperan nada de los de los Bancos y lo esperan todo del cielo prometido».
Las calles de nuestros padres 



«Salió a la calle Nueva, la histórica Conde del Asalto donde habían soñado tantas bailarinas que se vendieron por su nombre en un cartel, tantos anarquistas que se vendieron por su nombre en la pequeña historia y tantas mujeres que se vendieron por una moneda en su boca».
La dama de Cachemira 



Prostituta amb vano
Extreta del llibre: Colita. Els barcelonins. Edicions 62, 1988. 
«La calle Nueva de la Rambla había sido inventada por segunda vez. El primer invento lo hizo, según se dice, un capitoste llamado Conde del Asalto, amante del orden, la paz pública y se supone que de las mujeres llenitas, porque las delgadas pertenecían entonces a las clases revolucionarias. El invento consistió en una calle recta y lo bastante ancha para que por ella pudiese cargar un escuadrón de caballería y, sable en mano, darles lo suyo a los obreros en huelga, los anarquistas que no creían en Dios (y además lo decían), las mujeres de los revolucionarios (que no tenían ni seguro de viudedad, las muy burras) y las putas que no podían trabajar porque aquella semana tenían la regla».
Méndez  


«Pero las ciudades y las calles necesitan ser inventadas, pensaba Méndez, y no las inventan ni los urbanistas ni los coroneles de caballería: las inventan los seres más o menos desamparados que viven en ellas. Y así la calle Conde del Asalto –ahora calle Nueva de la Rambla- la inventaron con su hambre los jornaleros de las fábricas del Raval, con sus trampas los dueños de las timbas, con su coño las putas de las cercanías y con su esperanza los poetas y las niñas de las academias de baile».
Méndez 



Panoràmica del carrer

«Pero ahora había sido inventada otra vez, lo cual –la verdad sea dicha- no disgustaba del todo a Méndez. Ahora había más luz, mas casas nuevas, más duchas y más encuentros de cama entre tía y tío (o entre tía y tía o entre tío y tío) realizados en condiciones sanitarias. Pero la historia estaba siendo expulsada de la calle».
 Méndez


«Resueltos estos asuntos de alta técnica policial, Méndez se asomó al balcón para contemplar el paisaje urbano. El paisaje consistía en una sola y virtuosa calle que llevaba en línea recta desde las amamantadoras de ladillas de la rue de las Tapias a los grifotas de la Plaza Real, pero esa versión de la calle Nueva no convencía a Méndez; era una versión municipal y vituperable, digna, en definitiva, del cerebro de un alcalde. Para Méndez era el útlimo refugio, pero refugio al fin, era la historia de todo un siglo que ya se moría, era la noche de la ciudad, era la gran 0madre negra de que hablaban los poetas perdidos para siempre. Méndez sabía que, si en el otro mundo uno tiene conciencia de las cosas, guardaría para esta calle una gran piedad y una desesperada nostalgia».
Crónica sentimental en rojo



Escala de pensió
Extreta del llibre: María Espeus.
El otro: the other: el Raval (Barcelona). Nova Era, 2007


Enllaç a l’article del González Ledesma sobre el Carrer Conde del Asalto: “La calle que no dormía nunca” http://www.elpais.com/articulo/cataluna/calle/dormia/elpepuespcat/20071125elpcat_22/Tes




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Rambla, La


 

«Se levantaron y fueron Rambla abajo, el último tramo, la última soledad del poeta y del marica que aún no se ha estrenado, la última soledad del puerto».


«Dejó atrás el Ensanche de los comerciantes muertos y descendió hasta las Ramblas, hasta la tierra de todos, donde los nostálgicos dicen que nunca se acaba de morir. Allí había cosas increíbles: una vieja que bailaba arrastrando los pies, que transformaba, para pedir unas monedas, la última miseria en la última mueca de placer. Una joven pintada como un clown hacía ejercicios gimnásticos en mitad del paseo, cortándolo, con la indiferencia de un autómata. Ésta no pedía nada, ésta respondía al desprecio del mundo con el desprecio de una pirueta. Más allá el músico que rompía el aire de todos, el pintor que, a falta de otra cosa, pintaba en el suelo de todos». 


«Ascendió por las Ramblas, desfiló ante los quioscos abiertos (el último libro sobre los secretos del socialismo español, el último método para llegar a ser padre leyendo fascículos, la última revista con el último culo descubierto por las fuerzas vivas del país) y llegó a la Plaza de Cataluña. ¡Cómo había cambiado todo, diablos! Los quioscos respiraban libertad. De noche no se apreciaba tanto la gran miseria colectiva, y al menos la ciudad vibraba. Una muchacha repartía propaganda del PCC, un hombre exhibía una pancarta para que la gente se adhiriese espiritualmente a una huelga que iba a tener lugar en Sants, en la Bordeta, en Pueblo Nuevo, no se sabía dónde. Un extranjero pedía dinero para la cena de alguien que parecía estar en Düsseldorf. Un marica estaba a punto de convencer a un guardia urbano sobre los derechos intangibles de su sexo».


Foto de: Emilio Pérez de Rozas
«Las Ramblas que no se terminan nunca (“¿te duelen las caderas, bonita”?), la salida del Liceo, el último oropel de la ciudad, hombres expertos en negar dinero a los amigos, mujeres expertas en tasar las joyas de las amigas. Los travestís desesperados de la calle de la Unión, la mueca de la boca que ya lo sabe todo, los pantalones demasiado ajustados, desgraciada, que así se te marca todo el paquete, capullo. Las matronas de la calle de Fernando, el marido que te espera y tú no has hecho todavía ni un solo hombre, a ver qué le vas a decir; los cines de la pulga y del dedo, el último quiosco, los últimos meublés, los hombres y las mujeres parados que se miran y que calculan las cotizaciones de la noche en esta gran Bolsa del guiño y del susurro. El puerto que se lo traga todo: los hombres, los pensamientos, los fantasmas que han ido creando a lo largo de sus vidas».

Crónica sentimental en rojo 












 
«La Rambla, aparentemente, estaba igual, con sus gorriones y sus gorrones, sus árboles centenarios y sus hoteles de vieja estampa, en alguna de cuyas habitaciones aún debía de permanecer insepulto un consejero de Alfonso XIII. Subsistían las terrazas de los cafés, algunos comercios de souvenirs, aptos para el último recuerdo, y los quioscos especializados en revistas eróticas, aptas para el último polvo. Todo eso era verdad y podía engañar al observador superficial, pero no engañaba a Méndez».







«En el nacimiento de la Rambla, los jubilados formaban corro y comentaban a gritos un gol del año 27, gloriosamente detenidos en la ciudad que se detenía».

El pecado o algo parecido 



«Méndez dijo que sí y volvió a mirar desde su ventana las Ramblas sector semicanalla –el canalla lo situaba él un poco más abajo, en las cercanías del monumento a Pitarra, quien en horario de cinco de la tarde a cinco de la madrugada perdonaba desde su asiento los pecados de la ciudad –y contempló sus edenes conocidos: El Café de la Ópera, el Llano de la Boquería, la entrada a Cardenal Casañas, aledaño de la calle Roca, donde en otro tiempo hubo mujeres dispuestas a todo, excepto a no cobrar. (…) Luego su mirada se deslizó sobre las cabezas de los chorizos más habituales, los drogatas, los moros, las mujeres que iban a hacer esquina en San Pablo y los macarras que las guiaban amorosamente hacia la tierra prometida. Extasiado ante aquel panorama de paz, Méndez se reconcilió con su espíritu». 


Historia de Dios en una esquina 


La Rambla
Foto: F. Català Roca

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Tres Xemeneies, Les

El Teatre Apolo i les Tres Xemeneies

«El policía vivía en el que para Méndez era el mejor sitio de la ciudad, enfrente de las tres chimeneas de la fábrica de electricidad, enfrente del Apolo y sus coristas, enfrente de la bodega y sus putones desorejados, enfrente de las atracciones y sus aprendices de mariconcete. Era uno de los rincones más sanos, más cultos, más espirituales de la Barcelona eterna, aunque lo estaban destruyendo para hacer un hotel. Lo único malo, en opinión de Méndez, era que la casa también estaba enfrente de la montaña de Montjuïc, y desde allí llegaban a veces algunas rachas de aire puro que podían acabar en diez minutos con un padre de familia». 

Historia de Dios en una esquina  
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Monument a Colom

Tren a Colom

«El monumento a Colón, donde hubo palomas, fotógrafos minuteros, soldados con la mirada perdida en Marruecos, estudiantes con la mirada perdida en el futuro y que un día se hicieron la última foto juntos antes de que la vida les separase».

Crónica sentimental en rojo 




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Mercat de Sant Antoni

Llibres de vell al mercat
Extreta del llibre: Provansal, Danielle.
 Els mercats de Barcelona. Ajuntament de Barcelona, 1992. 



«Es sitio donde los domingos por la mañana la gente compra libros viejos y cambia cromos de artistas, cuanto más antiguos mejor. A mí me han dicho que hay cromos de cuando Elizabeth Taylor era virgen».
 Cinco mujeres y media  


«Susi vivía en la calle de Tamarit, no demasiado lejos de allí. Era la zona de los Encantes, del mercado de San Antonio, la zona entrañable del capazo en sábado, del libro viejo en domingo. Era un cierto sector de una cierta juventud de Méndez, sector de luces macilentas, de tiendas pequeñas, de dependientas culonas, de tardes otoñales que uno ve morir. Era un pedazo de la Barcelona que Méndez amaba a pesar de todo, y a veces aún se detenía de noche ante la estructura de hierro del mercado y veía cómo un viento venido de muy lejos movía las luces amarillas, inmunes al tiempo».
 Crónica sentimental en rojo   


Extreta del llibre: Calders, Pere.
 Veure Barcelona. Destino, 1985





«Carlos Bey, cosa excepcional en él, salía los domingos a primera hora de su casa del Paralelo, iba hasta la Calle Nueva, desembocaba en las Ramblas, ascendía por ellas hasta Pelayo, alcanzaba la plaza de la Universidad y la Gran Vía, bajaba por Urgel y finalizaba su caminata en el mercado de libros de San Antoni, visita que durante años fue para él un rito. Allí se encontraba con sus recuerdos, numeraba los años que ya no volverían, circunvalaba el gran cementerio de libros e ilusiones, se detenía ante tiendas cerradas donde tiempo atrás, en la adolescencia, trabajaban chicas redonditas a las que deseó furiosamente. Era su misa secreta y sentimental, su liturgia pagana de los domingos».

Las calles de nuestros padres 
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Cafè de L'Òpera

Interior del cafè
«El Café de la Ópera, situado ante el Liceo, tuvo antaño por clientes a melómanos que amaban los negocios y a putas que amaban la música. Ahora llenaba sus mesas un público pasajero y desentrenado que vestía “jeans”, no tenía un duro, no entendía de negocios ni de putas, lo cual es imperdonable, y se pasaba la tarde soñando en antañonas tortillas de patatas».

 Las calles de nuestros padres 
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Zurich

Façana del cafè
Foto: Jesús Atienza

«Ya no quedaba nada del viejo café Zurich, lugar de nenas al Levi’s, turistas al piojo, poetas en trance de subasta y sindicalistas que redactaban un manifiesto pidiendo la jornada de dos horas. Ahora, con el nuevo café, había unos almacenes asépticos, llenos de últimas novedades, donde cualquiera podía comprar un dentífrico para astronautas y unos sujetadores de tamaño programable con mando a distancia».

El pecado o algo parecido 


Sifó vell
Foto: David Airob
(web: http://www.thewside.com/)

«El médico cruzó la parte final de la calle Pelayo y se metió en el Zurich, viejo café de clientes en paro, de hippies a la roña, de poetas desesperados que esperaban cambiar su último cuaderno de versos por un revólver Colt. Algunos extranjeros despistados contemplaban las estrellas desde la terraza, oh, Barkelona beautiful, mientras los camareros contaban las propinas, rubia a rubia, y maldecían su destino. Arriba, en el altillo, un empresario intentaba convencer a los dos únicos obreros que le quedaban de que las cosas cambiarían cuando su industria entrara en el Mercado Común. Trabajándose un porvenir mucho más inmediato, un periodista trataba de poner cachonda a su acompañante hablándole en rigurosa primicia de la última obra de un filósofo turco».

Crónica sentimental en rojo 




«Nada en especial. Vengo al Zurich muchas noches, muchas. Es el núcleo de sospechosos más importante que hay en la ciudad, y además cae céntrico. Si usted me envía a buscar sospechosos al Tibidabo, ya es otra cosa».

Crónica sentimental en rojo 



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Studio 54

Façana de la discoteca
«Se separaron ante la puerta del Studio 54, que antaño fue el Cine Español, lugar de películas de reestreno y centro cultural donde las mujeres acostumbradas a la repasada rápida aprendieron lo que es una repasada lenta. Luego el Cine Español fue el Teatro Español, el imperio de Franz Joham y sus Vieneses, el lugar favorito de una burguesía que, después de las privaciones de la posguerra, aprendía a conocer los mejores restaurantes y las mejores entrepiernas de Barcelona. Méndez, que ya entonces frecuentaba el barrio, sabía que en aquellos años el Paralelo seguía siendo, sin embargo, la tierra del hambre. El Español había pasado por diversos avatares, todos ellos de taquilla floja y acomodador que busca empleo en otro sitio, hasta que se transformó en discoteca, en grito, en contorsión, en porro y en nena que espera quedar embarazada no por un hombre, sino por un long play. Demasiada competencia, y encima desleal, pensaba Méndez. De no ser por los long play, él aún sería el terror de la zona».

Historia de Dios en una esquina 





SOFT CELL, Tainted Love, tot un himne de ball per als acòlits de l'Studio 54.

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Raval

Prostituta barcelonesa entre 1958-61.
 Foto de Joan Colom
«La madrugada ya había dejado desierta la calle Nueva cuando Méndez entró en la comisaría. Las madrugadas del viejo Barrio Chino ya no son lo que antes eran, ya no significan calles llenas de gente, bares que parecían trabajar en plan de barra libre, casas de mujeres constituidas en centros de promoción cultural y hoteles llenos de clientela importante, de forasteros llegados de sitios tan lejanísimos como Carabanchel, Ocaña y Puerto de Santa María. Ahora, mientras Méndez se deslizaba como un fantasma por el portal, las calles del distrito estaban desiertas, los hoteles casi vacíos, sin una pareja y sin una luz, los bares convertidos en velatorios al gin. Para que nada faltase, las grandes mujeres de otro tiempo, que arrastraban legiones de hombres hacia la más confortable perdición, ahora se limitaban a arrastrar por la cadena a un perro salchicha.
Fuese porque faltaba dinero o porque faltaba la vieja alegría que tapa las penas, solía pensar Méndez, aquel sector ya no era el mismo. Incluso él solía relajar la vigilancia, ya que los cuatro flipados que acostumbraban a dormitar en los portales eran gente conocida, eran casi como sus hijos».

La dama de Cachemira  


«Allí conocía a todos los que habían dormido en la cárcel alguna vez y a todos los que dormirían en ella el día de mañana. Además, en muchos casos, la tradición venía de familia, porque el abuelo, el hijo y el nieto, habían dormido en la misma celda, sucesivamente. Lo que pasaba era que el abuelo había ido allí por luchador comunista, y el nieto por maricón pesetero. “Se ve que la ciudad crece”».

Méndez 


«Méndez anduvo como siempre hacia las profundidades del Raval. La única tierra tan peligrosa –según él- como para haber estado entre dos murallas. En efecto, la muralla medieval de Barcelona, la de Jaime I, que terminaba en el lado izquierdo de la Rambla bajando hacia el mar, no fue derribada cuando se alzó la muralla moderna, la de la ronda de San Antonio (y sus prostíbulos), la de la ronda de San Pablo (y sus cárceles para ejecutar la muerte del garrote vil), y la de Atarazanas (y sus cafés, sus tocadores del dos, sus aventureras de quince años y sus especialidades del francés a la menta)».


Botiga al Raval
«Hay casa, sobre todo en el barrio barcelonés del Raval, el viejo Barrio Chino, que están siendo pulverizadas por la piqueta. Quedan entonces al descubierto, en las que fueron paredes maestras, las baldosas de la antigua cocina, los garabatos que dibujó la nena en el comedor, las marcas de la cama donde papá y mamá se ve que hicieron maravillas. Queda la sombra de un mundo que estuvo lleno de vida, de sacrificio, de pecado y esperanza, y que ahora está envuelto en dos cosas: el silencio y un decreto municipal».

El pecado o algo parecido 


«Ramblas abajo, el coche que despierta la admiración de los entendidos, las mujeres de los bares que lo traducen en pesetas y en camas, vaya chorizo guapo que ha elegido la mala puta esa. El Café Venezuela, que ya cerró, largas noches de otro tiempo, el Big-Ben, que en cambio aún tiene penumbras y culos, la iglesia de Santa Mónica, la entrada a las viejas gargantas del distrito, el Bar Pastís, rebelín hecha canciones y frases susurradas donde Josep Maria Espinàs se negaba a ver su Cataluña meticulosamente destruida».

Crónica sentimental en rojo  





«Ya no es lo que era: han abierto una avenida, se han inaugurado tiendas de productos desnatados, se han ido las madames y han venido los dentistas. Ya ni siquiera lo llaman Barrio chino. Y es que el país ha perdido la seriedad, amigo Méndez. Las viejas rameras que le contaban a usted su vida han muerto , han vuelto a sus pueblos, se han casado en el ayuntamiento con una compañera de profesión o son diputadas del Congreso. El mundo cambia, Méndez, y usted debería dejar de creer en cosas en las que ya no cree nadie».

Una novela de barrio 


«La esquina de La Buena Sombra, callejón angosto y un poco misterioso, como conducto confidencial de mujer, donde un día se alinearon bellezas remotas ya sustituídas por el último café, el último precio, la última mueca de sus herederos directos. El monumento a Pitarra, insigne dramaturgo a quien el celo municipal situó, sic transis gloria mundi, en el invernadero de culos más importante de Espanya. La calle de Fernando, última burguesía fin de siglo, calle resta hasta la Generalitat, ruta obligada de presidentes, de joyeros, de oficinistas y de mujeres rigurosamente adultas que se buscan la vida en esa última frontera del vicio. Más arriba nada, más arriba el gran desierto de la ciudad que duerme a horas fijas, con sus oasis de sillas vacías y de sus quioscos de libros que ya ni siquiera abren durante toda la noche. “Mira, Richard, ahí está el viejo hotel Continental, donde mi padre tenía una habitación y una tertulia que acababa con chicas desnudas y muertas de sueño a las cinco de la madrugada”».

Crónica sentimental en rojo 
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Rondes (Ronda St. Pau i St. Antoni)

Façana del restaurant
«Después de su eclipse, señorita Jou, derivé hasta las Rondas, donde los plátanos también son centenarios y donde también uno puede notar como en un soplo el sentido misterioso del Tiempo. Las Rondas tenían entonces, en pleno apogeo, algunos hoteles situados en calles pías (como la de la Virgen), poéticas (como la calle Nueva de Dulce) o históricas (como la Riera Alta). También sus aledaños estaban poblados de bares desde los que las mujeres quietas miraban el color del aire».


«Las Rondas tampoco era un sitio discreto, señorita Jou, pero eran anónimas y largas, eran entrañables y llevaban a calles donde uno hallaba el color de sus propios secretos. Me hundí en ellas como en un río tibio; no me importaba que en el lecho de ese río hubiera manchas de fango».
Expediente Barcelona 




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Poble Sec

Paral·lel a l'alçada de "El Molino"
«Las viejas fotografías del Pueblo Seco, esas fotografías color sepia o color gris-febrero suelen estar tomadas desde el puerto, mostrando a la derecha las Atarazanas y a la izquierda las tres chimeneas que han dado carácter, al menos gráfico, a un barrio y a una época. El Paralelo está en el centro, como el gran río que se lo acaba llevando todo: casas, hombres, cafés y recuerdos. Y a la derecha también el distrito quinto, que nadie ha podido llevarse aún, con sus calles llenas de vida y sus ventanas cargadas de muerte. Algunas fotografías piadosas muestran además la torre de la iglesia de Santa Madrona, que antes terminó en una punta tachonada de luceros y desde el verano de 1936 no tiene más que un muñón de piedra. También hay en los archivos algunas fotos ecológicas en las que se aprecia la falda del Montjuïc, donde nada cuesta imaginarse a un niño, un perro, una fuente y hasta una mujer hermosa. De hecho, todas esas cosas existieron en el Montjuïc de otro tiempo, convertido hoy en paseo para coches, o Gran Parque de los Cilindros».

«Pueblo Seco es el único barrio de Barcelona situado entre el Paralelo (que durante un tiempo fue la vida) y la montaña del Monjuïc (que durante un tiempo fue el reposo). Es el único al final de cuyas calles en pendiente encuentras unas escaleras olvidadas que llevan a un árbol o a una pared con hiedra o, como en el caso del Carrer Nou, a un repechón que conduce tras un buen esfuerzo, mens sana incorpore sano, a un viejo meublé. Es el único que tuvo en una sola calle, la de Tapiolas, dos de los cafés más populares de España, el Condal y el Cómico, hoy transformados en propiedades horizontales, en culos milimetrados para la capacidad de las salas de estar y, al nivel de la calle, en escaparates de dormitorios vendidos a plazos que las parejas erotómanas, él y ella, miran los domingos por la tarde. Es el único en que las matronas honradas no tenían más que atravesar el Paralelo y sumergirse en el distrito quinto para dejar santamente de serlo. El único en que las prostitutas del distrito quinto daban dos pasos, regresaban al hogar junto a Monjuïc y se transformaban en matronas honradas a toda prueba. El único en que los niños tuvieron cerca la montaña para soñar y el Paralelo para perderse. El único en el que hasta ahora los banqueros no habían oteado ningún panorama. El único que está lleno de nombres de almirante, a pesar de llamarse “seco”».

«Sergi Llor miró la casa desde la otra acera y luego cruzó la calle para dirigirse al portal. Era una típica casa de las que durante los años de la República se edificaron en Pueblo Seco, con buenos balcones y barandas de hierro forjado, con escalera de mármol hasta el primer piso, con el milagro de un modesto cuarto de baño en cada vivienda y con una portería diminuta donde los vecinos se detenían a hablar de lo que podían haber sido sus vidas».

Las calles de nuestros padres

«En el viejo Poble Sec, la cuarta parte de la población ya no es de Poble Sec. Los antiguos obreros anarquistas ya no existen, y difícilmente existan sus nietos; de quienes hicieron la guerra sólo queda el retrato de una viuda; de quienes votaron a Macià sólo los restos de una bandera. Méndez pasa por allí después de beber en La anticipada una copa de licor vegetal prohibido por todos los convenios de Kyoto».

Una novela de barrio

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Paral·lel, El

Foto: Francesc Català Roca
«(…), por favor, Méndez, vamos al viejo barrio, lléveme al Paralelo, a las sombras del Victoria y de las mujeres que ya no existen, al silencio de las tres chimeneas de la fábrica de electricidad que marcaron mis ojos de niño, las aceras del Talía y el Arnau, del Condal y del América, de todos los cines que un día existieron y en los que hubo sueños de barrio, chicas sencillas que te enviaban la primera mirada, tías de bandera que salían de la pantalla y se quedaban flotando en el aire».
                                                                                                        Crónica sentimental en rojo 


«Luego miró el Paralelo, los mismos plátanos de sombra que había conocido en su niñez, las mismas aceras gastadas, el mismo adoquinado que había servido para levantar barricadas en julio del 36. Aquella parte de la avenida no había cambiado tanto, después de todo, aunque el pequeño café donde ahora estaba Méndez ya no era el gran café de otro tiempo, lleno entonces de gente solvente y conocida, de empleados que cobraban una vez a la semana y de gloriosas matronas que fornicaban una vez al mes».
    

«La avenida tan grande con sus tiendas tan pequeñas, los estancos para gente pobre donde sólo se expendió un Montecristo una vez, los quioscos tronados que parecen hechos para vender no el periódico de hoy, sino el de ayer, las corseterías para mujeres antiguas casadas a perpetuidad y las perfumerías para niñas modernas casadas a prueba. Todo eso es el Paralelo para Méndez (que, por descontado, ama a las mujeres antiguas y su capacidad para quedar bien encofradas en un body silk), todo eso y las sombras del Cómico, de las señoritas de ocasión, de los centros libertarios clausurados, de los grandes cafés extinguidos. Si alguna vez se escribía a mano la historia del Paralelo, Méndez quería firmar, quería poner simplemente la palabra “adiós”».
La dama de Cachemira  


Atraccions Apolo durant la postguerra


«Que él había conocido lleno de mujeres con tacones altos y ahora estaba lleno de autobuses con jubilados y nenas con el ombligo al aire. Méndez no entendía qué misterioso punto de erección podía originar un ombligo».

Una novela de barrio 


«Pocas mesas quedaban ya en el Paralelo, donde antaño pudieron sentarse todos los culos de Europa. Sólo una sillita aquí, una mesita allá. Méndez halló acomodo –que no paz- en los restos de una cervecería cuyas jarras, no demasiado limpias, conservaron durante años las marcas de un pintalabios de vedette y ahora conservaban con amor las babas de un jubilado».

El pecado o algo parecido  

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Robador

«La calle de Robador estaba en plena ebullición hacia las seis de la tarde, cuando el policía Méndez la enfiló viniendo de la calle de San Pablo, que en ese sector alcanza su nivel más selecto, al menos tal como Méndez ha entendido siempre eso de la selección. Entró en un bar (el barrio siempre le había parecido fino porque casi todas las calles tienen nombre de santo, o lo que es mejor de santa) y pasó un rato hablando con la Cleo, que ahora estaba hecha una ruina, siempre amarrada a una copa de coñac de garrafa, pero que en los años cuarenta había sido una puta de mucha consideración y mucho respeto y encima una mujer de bien, porque a los policías no les cobraba».



Prostituta al carrer
Joan Colom. Raval




«Luego enfiló definitivamente hacia arriba la calle de Robador, que no tiene ni dos metros de ancho en la calzada y cuyas aceras apenas permiten el paso de un hombre. Allí aspiró hondo los efluvios del café de recuelo, del whisky no te fijes, del sudor de puta y de la alcantarilla sálvese quien pueda».


«Méndez siguió calle arriba. Como, hacia su mitad, Robador forma un levísimo ángulo, desde el principio, si hay público, no se acaba de ver el final, y parece más larga. A la salida de lo que habían sido “El Jardín” y “La Gaucha”, casas de pro en la Barcelona del métela rápido, los hombres que no tenían para pagarse un polvo se alineaban ahora en la estrecha acera y miraban a los tíos y tías que entraban en los meublés, imaginando lo que habrían hecho dentro; y quién sabe si de aquí sacaban la materia prima para la delicada orfebrería de sus sueños. El caso era que allí entrabas con una mujer y a la salida tenías público dispuesto a aplaudirte si hacía falta».

Las calles de nuestros padres


Panoràmica del carrer

«Fui esta vez a la calle Robador, que está entre las de Hospital y San Pablo, como usted sin duda verá si tiene a mano una guía de la ciudad convenientemente desinfectada. La calle Robador fue en otros tiempos menestral y tranquila, y hasta en la época de los prostíbulos populares, como La Gaucha y El Jardín, que le dieron tanta fama entre los penes de menor cuantía del país, un niño de primera comunión hubiera podido pasar por allí sin ver otra cosa que mucha gente que entraba y salía por las puertas. Luego la calle se llenó de bares con caras lívidas, luces color violeta, porque las oscuras obreras habían sido puestas en los bordillos y los niños de primera comunión ya no pudieron pasar por allí y si pasaron peor para ellos».


«Allí, en Robador, señorita Jou, no se podía hacer nada sin que se te metiese en la bragueta el codo de alguien. Cada portal, cada reflejo de la luz hubiese merecido una frase de Gómez de la Serna, pero no mereció un pensamiento mío».

Expediente Barcelona




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Sant Antoni

Home llegint el diari al bar
Foto: Bar de la Ronda Sant Antoni de Xavier Miserachs
«Habían salido a la Ronda de San Antonio, donde en otro tiempo estuvo el “Price” de los guantazos nocturnales, iban hacia el mercado que ya había cumplido cien años mujer tras mujer y se perdían entre las pequeñas tiendas de la calle de Borrell, tiendas con olor a salazones, a fruta madura, a café recién tostado, a vecindario que pasa. Puertas y rótulos, voces y colores que ella captaba entrañablemente, como si allí se resumieran sus hambres infantiles y todos sus sueños del sábado noche, cuando los hombres del viejo tiempo salían al bar y las madres gastaban la paga cautelosamente».

Las calles de nuestros padres  


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LLum, Avinguda de la

«Durante cuatro años, casi desde que empecé a trabajar con los Masnou como técnico de cierta confianza, hice todos los días el mismo camino y exactamente la misma hora. Dejaba el tren de Sarriá en la Avenida de la Luz, donde en los años cuarenta intentaba los domingos por la tarde tocar los culos misteriosos y las tetas enigmáticas de chicas que iban a ser tragadas por el tiempo. Hoy, la misma Avenida de la Luz parece haber sido tragada por él; se ha hecho penumbrosa y nostálgica y está cargada de sombras muertas que salen a recibirme».
Expediente Barcelona 




Loquillo y Trogloditas. Avenida de la luz(1984).



Article on parlen del seu tancament
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Big Ben


«Después del cierre de varios años ordenado por el nefasto Pelayo Ros y no levantado luego por el nefasto Martín Villa, el Póker y el Big Ben, en la parte baja de las Ramblas, habían resurgido tímidamente, pero en cambio el Venezuela había muerto ya de mala muerte, incapaz de una curación. Y eso que en el Venezuela –que era una institución- Méndez llegó a conocer a mujeres tan enamoradas como la Paquita, que cuando le caías bien te lo dejaba hacer todo y encima te daba las gracias».

 Las calles de nuestros padres 




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Bella Dorita

Vedettes a la porta del Molino
«En los buenos tiempos de Méndez, cuando el Paralelo –a pesar de la gran miseria colectiva del barrio- era una fiesta, se desarrollaba ante El Molino, en la pequeña plaza frontera, un activísimo comercio indígena: melones y sandías en verano, café o achicoria calientes, servidos en carritos ambulantes, durante el invierno. En otoño se asentaban las castañeras, y al llegar la primavera, Méndez se situaba allí para ver florecer a las niñas que estrenaban culo y a los poetas de mirada perdida que estaban a punto de estrenar inspiración urbana. Parte del activísimo comercio, aunque éste sólo para iniciados, se desarrolló hasta su desaparición en un chiringuito donde los tranviarios tomaban entre dos luces el primer brebaje de la mañana y donde los cobradores de recibos a domicilio se derrumbaban a veces, pensando si también habría que subir escaleras para llegar al paraíso prometido. La zona de El Molino estaba entonces llena de cafés con clientela a toda prueba (el Rosales, el Español) y de cabarets para hombres audaces (el Sevilla, el Bataclán), pero ahora esos grandes templos de la convivencia ya no existían. Habían sido sustituidos por casas de muebles a plazos y por exposiciones de cocinas todo comprendido, donde una buena esposa tendría el trabajo tan fácil que hasta le quedaría tiempo para ser infiel».

La dama de Cachemira